Equinoccio de primavera y como viene sucediendo desde miles de años atrás (los pobladores del Neolítico ya lo documentaron con pinturas rupestres en la Cueva de las Orcas, Sierra de Cabo de Plata) las aguas del Golfo de Cádiz y del Estrecho se convierten durante unos meses en escenario de una de las mayores cacerías (al menos la más espectacular y dantesca) de cuantas tienen lugar en el litoral gaditano.
Cacería que enfrenta a dos de las especies de mayor porte de cuantas existen en nuestras aguas. De un lado, las orcas (pueden alcanzar los 8 metros de longitud y 4 toneladas de peso), a las que los fenicios se refirieron como ‘seres monstruosos’ , y del otro, los atunes rojos, de 100. 200, 300… y hasta 500 kilos pesos, tres metros de longitud y una punta de velocidad de hasta 70 kilómetros.
Visiblemente agotados tras cruzar el Atlántico, las orcas aprovechan su número, cansancio y estrechez de paso hacia el Mediterráneo para dar caza a uno de los bocados más preciados del mar.
Cacería que responde a un ritual aprendido y heredado generación tras generación y que comandan las matriarcas de las manadas, que se dividen en grupos de 6 y 7 ejemplares para, cual grupo de lobos, dar caza a sus víctimas.
Estos se colocan distanciados entre 100 y 150 metros para iniciar una persecución que les facilita el agotamiento de su presa. Todo ello por encima de los 300 metros de profundidad y en un periodo de media hora.
Aunque no es una cacería que se pueda ver desde tierra, a las orillas de las playas gaditanas, sobre todo de Barbate, llegan estos días restos de ese festín que tiene lugar aguas adentro. Cadáveres que, como puedes ver en las fotos que hemos realizado el Cabo Trafalgar y Los Caños de Meca, sirven de comida para gaviotas que emulan a los buitres leonados de la Sierra de Cádiz.