Antes, mucho antes de que los pradenses hicieran de estas tierras su particular paraíso, este espacio abrigado por los parques naturales Sierra de Grazalema y Los Alcornocales ya era sobrevolado por ellas, las abejas, en busca de néctares impregnados de aromas únicos.
Paraíso floral de abejas con el que los pobladores de estas tierras serranas tardaron en aliarse hasta hacer de ella, la miel, uno de sus mayores símbolos de identidad, sostenibilidad y, sobre todo, futuro.
Concretamente, no fue hasta principios del pasado siglo, años veinte, cuando los habitantes de Prado del Rey vieron en la miel ese producto con el que poder sacar adelante sus familias en tiempos de escasez.
Orígenes con nombres y apellidos concretos, Juan Gómez Oñate y Juan Cabrera Puerto, pradenses que emplearon la miel como ‘moneda’ de trueque para poder obtener otros productos de primera necesidad.
Lo que seguramente no sabían ni Juan Gómez ni Juan Cabrera es que ese gesto de supervivencia daría paso a una tradición que se convertiría en bandera de un pueblo que ya no sabría vivir sin la miel de sus abejas.
Y es que la miel, su paciente ‘cultivo’ transhumante, se ha convertido en parte del ADN de los pradenses, que, generación tras generación, han ido heredando la pasión y, sobre todo, la sabiduría de sus antepasados en torno a una de las más viejas pobladoras de la tierra, de sus espacios naturales.
De ahí que hoy, en Prado del Rey, se concentre en torno al 50% de las colmenas de la provincia y que de ellas vivan alrededor de 40 familias, regentando en torno a 30.000 colmenas. Es más, el 70 por ciento de la miel que se exporta en la provincia procede de este municipio serrano.